Jamás seremos como Venezuela.
El chavismo en Venezuela tuvo dos panoramas, uno antes del fracasado golpe militar de febrero de 1992, que llevó a Hugo Chávez a pagar dos años de cárcel, y otro, -que es el que vamos a tratar-, que se incubó durante su cautiverio y que se reflejó en su libro “Cómo salir del laberinto”, en el que describe cómo implementar en Venezuela su Revolución Bolivariana. “El fin de su vieja historia es para nosotros el comienzo de nuestra nueva historia”, afirmaba refiriéndose a la clase política dominante.
Gracias al indulto concedido por el presidente Rafael Caldera, Chávez regresa a la arena política convertido en el líder carismático y así, en febrero de 1999, Hugo Chávez, asume como presidente de Venezuela democráticamente elegido, afirmando que no era socialista, que no habría expropiaciones y que tendría las mejores relaciones con los medios de comunicación. No obstante, en su largo mandato, cambió la constitución para permitir su elección indefinida. Arrestó y envió al exilio a críticos de su gobierno. Ahogó a los medios de comunicación adversos a la Revolución Bolivariana. Las cadenas de televisión y de radio opositoras fueron silenciadas, y los medios impresos tuvieron que parar sus rotativas.
Se apoderó del Tribunal de Justicia y terminó haciendo una mayoría amiguista en la Asamblea Nacional, apoderándose así, de todos los órganos de control; una total dictadura, sin lugar a dudas.
Desde una óptica similar, igual acontecer ha pasado en Colombia, durante los gobiernos de Álvaro Uribe e Iván Duque. El primero mediante fraude, -conocido como la Yidispolítica- cambió la constitución y fue elegido para un segundo mandato. Cuando quiso aspirar para un tercer período, la Corte Constitucional, le salió al paso cerrándole sus intenciones de convertirse en el Chávez colombiano. Durante sus dos gobiernos, se hostigó a la prensa y se cerraron noticieros adversos a su régimen, el más importante, Noticias 1. Miles de opositores fueron chuzados por el DAS, órgano de inteligencia estatal a su exclusivo servicio, y muchos de ellos, amenazados tuvieron que salir del país con sus familias para salvar sus vidas, porque en Colombia, no los arrestaban como en Venezuela; los asesinaban. La política de Seguridad Democrática, desarrolló las peores masacres y genocidios que se recuerden en la historia de Colombia. No pueden ignorarse los 6.402 falsos positivos en su gobierno, en un escenario de cientos de miles de colombianos desaparecidos.
Los órganos de control que son la solidez y el baluarte de toda democracia, -Fiscalía, Procuraduría, Defensoría del pueblo, Contraloría y Registraduría, están hoy en día dirigidos por íntimos amigos de Iván Duque y Álvaro Uribe, ineptos, apocados y vergonzosos funcionarios rabiosos de poder y sumisos al tirano, pero el país, aún no ha sucumbido ante ellos. Somos una nación con tradición republicana, e instituciones democráticas que han sabido cruzarse en el camino y han dado el temple necesario para superar a los depredadores de Colombia.
Muchas leyes por parte del partido déspota de gobierno, han sido presentadas al Congreso con intenciones de amordazar a la prensa, penalizando la protesta legítima, convirtiendo en delitos lo que la Constitución colombiana protege, pero gracias a que contamos con una oposición deliberante, un sector de la prensa aún ético e independiente, unas instituciones sólidas como los tribunales de justicia, El Consejo de Estado, La Corte Constitucional y la Corte Suprema de Justicia, que han salvaguardado todos los intentos de los tiranos del Uribismo a perpetuarse en el poder, es a ellos, a quienes les debemos que no hayamos caído en una dictadura como la de Venezuela.
Tenemos problemas, desde luego, nuestra democracia es imperfecta y desigual, pero no permitiremos que violencia, narcotráfico y corrupción, puedan envilecer a nuestra sociedad, ni tampoco, que quienes han sembrado el caos, puedan presumir de estar por encima de nuestras leyes.